11/5/12

Informe y texto: Karina Donangelo

El gato a lo largo de la Historia – (Parte 1 de 3)

Dos destellos de luz quiebran la oscuridad más impenetrable de la noche. Su seductora silueta se desliza sinuosamente esquivando espectros del más allá. Sus pasos apenas perceptibles dibujan jeroglíficos, mensajes ocultos de antepasados lejanos. Tensa sus músculos y un salto mortal ubica su contextura tan livianamente como una pluma meciéndose en medio de un temporal. Percibe otras presencias; las conoce y por eso las deja pasar. Una grieta en el tiempo trajo a este ser hasta nosotros; perteneciente a un tiempo remoto o a un mundo paralelo, el cual habita dentro de este mundo.
En su convivencia cotidiana ha sido amado y odiado, divinizado y perseguido, agasajado y vituperado. Ha vivido en palacios y ha vagabundeado por tejados y callejones oscuros. Ha subido a altares y también a los patíbulos; se ha visto asociado a dioses y también a seres diabólicos en etapas oscurantistas. Pero cualquiera haya sido su condición, nunca ha sido indiferente o ignorado y hallamos constancia de ellos en la historia.
Adorados por muchos y odiados por otros, causal de alergias o de alegrías infinitas, compañeros fieles hasta la muerte cuyo amor nos  es inmerecido y mucho más desinteresado que el afecto de cualquier otro, los gatos son en esta oportunidad los protagonistas absolutos de esta nota.
Quien nunca haya tenido un gato, jamás podrá saber de lo que estamos hablando. Se perderá la oportunidad de conocer a un ser verdaderamente fascinante; un mago encerrado en un cuerpo felino de más de doscientos huesos y quinientos músculos.
Eso sí, cabe destacar y prevenir al lector, que estas bellas criaturas, se toman la libertad y se arrogan el derecho de decidir quiénes son dignos de su compañía y afecto, incluso quienes merecen hacerles una caricia al pasar.
Esta característica me recuerda al siamés loco del maravilloso cuento “El idioma de los gatos”, de Spencer Holst, que le explicaba al caballero científico que miles de años atrás los gatos poseían una imponente civilización mundial, en la que imperaba la comunicación telepática, las naves espaciales y toda una serie de maravillas. Era todo tan complejo y desarrollado que un buen día, los gatos decidieron simplificar su existencia y así fue que inventaron una raza de robots para que se hicieran cargo del cuidado y atención de los gatos. Naturalmente, dichos robots somos nosotros.
Esta fantástica historia vale para entender que, la humanidad, lejos de estar dividida entre gatófilos y perrófilos –como habitualmente se suele afirmar-, lo está entre las personas que los gatos aceptan y las que son rechazadas por ellos, sin motivo aparente.
No obstante esto, para quienes nos sentimos irresistiblemente atraídos por los gatos, solemos coincidir con ellos y nuestro amor generalmente es correspondido. Especialmente si los/as amantes de estos felinos tienen algo que ver con las artes, en particular con la literatura. Pues, a los gatos les encantan los libros, los borradores, los periódicos, el rasguido de una lapicera, la luz tenue de una lámpara en medio de la noche; y hasta se dejan seducir por el monitor de una computadora, el sonido impreso del teclado y los clicks del mouse. Y es que nada les gusta más a los felinos que acurrucarse sobre nuestra falda, hechos un bollitos si escribimos frente a una computadora; o bien acomodarse plácidamente sobre la mesa en que están esparcidas las hojas y apoyar una patita o parte de su cuerpo sobre lo que ya tiene algo escrito, o precisamente sobre aquello que estamos por empezar a leer.


En el antiguo Egipto
Estos descendientes del Miacis, animal primitivo aparecido hace unos 40 millones de años, se desdobló luego, en cuarenta variedades hace un millón de años atrás, entre las cuales el Felis Libicay el Felis Silvestris  habrían dado origen a nuestros venerados gatos.
Los gatos fueron domesticados unos 8000 años atrás, en el norte de África, probablemente Etiopía. Pero la civilización que mostró una verdadera devoción por este felino fue la egipcia.
Hace 5000 años, el más eficaz y sanguinario cazarratones que jamás haya existido abandonó su hábitat en el desierto de Nubia y se acercó a los hogares egipcios.
Probablemente por su acreditada habilidad para proteger los graneros de la voracidad de los roedores y también por ser un habilidoso cazador de serpientes, fue aceptado en los hogares y domesticado. Pronto aquel gato apacible que ronroneaba hecho un ovillo o enarcaba su cuerpo sacudiendo la cola, y siempre presto y atento a defender la casa de los ratones, conquistó el favor y el afecto de sus amos y familias egipcias.
Recibió diversos nombres como MAU o MIU, aunque el nombre común que con más frecuencia aparece en los jeroglíficos egipcios es QATO, del cual proceden el clásico cattus romano, el griego Katos o el árabe quett, además de los modernos gato, gatto, katta, katze, cat, chat, etc.
Estos animales, no sólo tuvieron carácter divino, sino que en Egipto, también contaban con una legislación propia. Matar a un gato era peor que asesinar a un hombre. Ante esto último, siempre cabía la posibilidad de un indulto, pero si el muerto era un gato, ni el propio faraón tenía poder para condonar la pena y la condena era a muerte; se debía pagar con la vida misma. Incuso, en caso de que una casa se incendiara, los habitantes de la misma y sus vecinos se ocupaban primero de salvar a los michifus, y luego recién, se pensaba en el resto de la familia.Si un egipcio descubría un gato fuera de las fronteras, era su deber y obligación llevarlo a tierra egipcia, sano y salvo.El faraón solía tener como mascotas a varios gatos, incluso leones y leopardos domesticados, a los que llevaba de una cadena de oro, durante sus escasas apariciones públicas. La fascinación se debía a la soltura con la que estos animales se movían en la noche. Recordemos que los egipcios sentían un profundo temor a la oscuridad, elemento que se caracterizaba por ser el principal atributo de Seth, el Dios del Mal. Por eso, si revisamos los antiguos registros egipcios, como los “Textos de los Sarcófagos” podremos observar que el gato era considerado como una deidad perteneciente al ámbito solar, ya que los felinos representaban al sol y a los defensores de éste. También cumplían la labor de eliminar, sobre todo a las serpientes malignas, animal que por otra parte fue el que con más frecuencia y ferocidad atacaba al Sol. Por ello, y cumpliendo el papel del “Gran Gato de Heliópolis”, se lo encuentra representado al pié de una peséa (o árbol ished) armado con un cuchillo y aniquilando a la serpiente Apofis, que cada día intenta interrumpir el periplo solar. También por su capacidad para ver en la oscuridad y el enorme agrandamiento de sus pupilas, se le vinculó directamente con el Sol y la luna, con el ritmo de las mareas y los ciclos de fertilidad de la tierra, por lo que adquirió un status casi divino.
Así fue como comenzó a generarse en torno a él un culto que se personalizó en la diosa Bastet, hija de Isis y de Osiris, que añadía a los atributos de sus progenitores, los suyos propios: la sensualidad femenina, la sexualidad, y la fertilidad. La diosa BASTET aparece representada con cuerpo estilizado de mujer y cabeza de gato, habitualmente vestida al estilo egipcio, con túnica larga de escote en pico y encajes muy elaborados. Fue venerada durante casi 2000 años, siendo Bubastis, hoy Tell-Basta el principal centro de culto de esta diosa. Adorada por miles de fieles, entre las ofrendas habituales dejadas en su altar se destacaban la cerveza, el trigo y ratones cazados por las encarnaciones domésticas de la divinidad, En su templo y en el que Bastet compartía con Sekmeth la diosa mujer-leona, vivían gatos sagrados, ejemplares muy similares a los actuales abisinios, a los que se les colocaba un aro de oro en la oreja izquierda. Las sumas sacerdotisas de Bastet eran por lo general, las hijas o hermanas del faraón, en cuyas tumbas se han encontrado los restos preservados de los gatos que amaron y mimaron a lo largo de sus vidas.
El culto de ultratumba en los gatos merece un comentario especial. La muerte de un gato, en el antiguo Egipto constituía una verdadera tragedia. La familia se ponía de luto y se afeitaba la cabeza y las cejas. Todos los integrantes lloraban al difunto y realizaban el duelo reduciendo al máximo sus actividades durante el período que duraba su embalsamamiento. Pues, al igual que los humanos, los gatos eran embalsamados y momificados, envueltos en vendas de fino lino, depositados en sarcófagos que solían contener también ratones embalsamados como alimento en su otra vida y eran  finalmente enterrados.

Los egipcios fueron los primeros en tener cementerios para animales. Tenían un cementerio para bueyes en honor al dios Apis; uno para perros, en honor al dios Anubis, pero sólo los gatos contaron con importantes necrópolis, como la que estuvo ubicada en la ciudad de Tebas, donde se encontraron más de 100.000 momias gatunas y la descubierta en 1888, en la ciudad de Beni Hasan, donde fueron halladas 300.000 momias de gatos embalsamados, resguardadas en sarcófagos con formas de gatos y en perfecto estado de conservación.
Muchas damas egipcias se inspiraron en los felinos para crear el típico y tan característico maquillaje de sus ojos, realizado a base de kohol o polvo de oro, malaquita y turquesa.
Incluso algo muy poco conocido son las obras pictóricas realizadas exclusivamente por los gatos. Al parecer, los felinos utilizaban sus patitas humedecidas en pintura para efectuar dicha labor. Muchas de estas obras han sobrevivido al paso de los siglos. Incluso actualmente se reconoce la existencia de al menos seis “gatos artistas de la pintura” en todo el mundo. Existen dos anécdotas relacionadas con gatos en el antiguo Egipto. Una de ellas se remonta a la época en que Cambises II, rey del imperio Persa (528-521 a.C) para poder vencer fácilmente a los egipcios en el puerto de Pelusio, puso en primera fila a guerreros con gatos en sus brazos. Los egipcios, ante el dilema de defenderse o respetar la vida de los gatos, optaron por rendirse.
La otra anécdota se remonta al año 47a.C, cuando Julio César invadió Egipto. En dicha ocasión se dice que un soldado romano mato, no se sabe si accidentalmente o de manera intencionada a un gato. Ni siquiera el faraón Tolomeo XII pudo hacer algo al respecto: la turba se apoderó del legionario y lo linchó simple y llanamente como un blasfemo cualquiera.

En Grecia y Roma…

En Grecia consideraban que el gato era el animal totémico de la diosa Artemisa, ya que ella había sido su creadora, con el fin de retrucar en tono burlón a la provocación de su hermano Apolos, que previamente había creado al león, con la idea de asustar a la valiente diosa de la caza. Ya entonces se pensaba que los mininos poseían poderes mágicos, especialmente los gatos negros, y se suponía que esparcir sus cenizas sobre los campos de cultivo mantenía alejadas a las fieras y a las alimañas. Aunque en líneas generales fueron considerados como un juguete caro que se ofrecía a las cortesanas, o bien un regalo exótico proveniente del país del Nilo. Y es que los griegos nunca entendieron la veneración egipcia hacia el gato, y la tenían como excesivamente exagerada. Una muestra de ello es el cínico comentario que le hace el poeta griego Anaxándrides a un egipcio:
“Vos os lamentáis por un gato enfermo, ¡yo acabaría con él para tener su piel!”.
O el comentario de un tal Timocles (personaje no bien identificado) sobre la deificación del gato:
“¿Qué ayuda se puede esperar de un pájaro o de un perro? Ninguna, ¿no es verdad? ¡Entonces que nadie espere que dirija mis plegarias hacia el altar de un gato!”
Pero aunque en un principio no sentían ningún aprecio por los gatos, poco a poco empezaron a reconocer sus cualidades, y fueron adoptándolo como animales de compañía.
En Roma, la comadreja, que había sido durante siglos el raticida de elección, fue sustituida por el gato, quien demostró ser un excelente cazador, extremadamente habilidoso y eficiente. Los romanos también asociaron al gato con Diana, la Artemisa romana y diosa de la caza y de la luna, dotada de la agilidad, la ligereza y la habilidad para la caza al igual que el protagonista de esta nota. Aquel siguió siendo un tiempo ventajoso para el gato, pues su utilidad fue tanta que alcanzó el reconocimiento de todos y mereció el nombre de “Genius Loci”, asumiendo un papel tutelar en la casa. Los romanos, apreciaban también a los gatos, por la fuerte impresión que les causó la veneración de que eran objeto en Egipto. Al principio, era un capricho que sólo se podían permitir las familias ricas, pero pronto los gatos se fueron multiplicando hasta el punto de que incluso las familias pobres podían poseerlos. Y tan de moda se pusieron en el mundo romano, que muchos de los lugares que fueron conquistando llevan en su nombre la palabra gato. Por ejemplo, el condado del gato (Caithness) en Escocia, la ciudad del gato (Katwijk) en Holanda... Los soldados solían llevar gatos consigo en sus campañas militares, y para reponer las pérdidas que sufrían de estos animales se hacían con gatos salvajes de la zona, a los que domesticaban y cruzaban con los suyos.
Según cuenta Plinio el Viejo en su Historia natural, en el siglo I d.C., los gatos romanos eran apreciados tanto por su trabajo protegiendo los graneros, como por su belleza y por su carácter independiente. Durante la época imperial, y gracias al carácter sincrético de la religión romana, el culto de Diana cazadora fue asociado al de Bastet. Esta es la razón de que el culto a Bastet sobreviviera hasta el 392 de nuestra era, año en que el emperador romano Teodosio se decantó por el cristianismo como única religión del imperio, y prohibió todos los cultos paganos. Pero para esta época, el gato ya estaba fuertemente asentado en toda Europa como animal de compañía.

En otras culturas…

Una leyenda hebrea atribuye el origen del gato al agudo problema, que se suscitó en el Arca de Noé, cuando empezaron a procrear y reproducirse como locos los pequeños y astutos roedores. Dado que la mayoría de los felinos que habitaban el arca era de un tamaño considerable, y no representaban una amenaza para los ratones que se movían a sus anchas sin un predador que los pusiera en apuros, fue que Noé decidió pedirle ayuda a una leona. Ésta estornudó varias veces y en cada estornudo brotó de su nariz un gato. Así fue como se resolvió finalmente el problema.
Los árabes también tuvieron a los gatos en altísima estima. El mismo Mahoma se dice que tenía varios gatos a los que cuidaba con mucho cariño. Cuentan que en cierta ocasión, su gata Muezza se había quedado dormida sobre la túnica del Profeta; alguien requirió su presencia y él prefirió sacrificar la prenda cortando un trozo de la tela sobre el que la gata dormía, para no despertarla e interrumpir su sueño.
La mitología escandinava, así mismo, cuenta cómo el carro de Freya, diosa del amor y la belleza recorre el cielo conducido por gatos.
Venerado por los chinos, dicen que Confucio tenía un gato como animal de compañía predilecto. También los japoneses los utilizaban colocándolos en las pagodas para proteger los manuscritos sagrados.

En las culturas Precolombinas…

El animal totémico, el animal que realmente causaba impacto entre todos estos pueblos de Mesoamérica fue sin dudas el jaguar. El gran gato manchado representaba para ellos la idea de poder y de fuerza que ellos querían conseguir para su persona, para su familia o para su pueblo. La imagen del jaguar aparece ligada a un contexto eminentemente belicista. El guerrero necesitaba sentirse un jaguar para poder derribar a sus enemigos. Para determinadas culturas como la olmeca, los grandes sacerdotes eran capaces de transformarse en jaguar por las noches y destruir a sus enemigos. En Teotihuacán, y también después entre los aztecas, los miembros de la nobleza militar más importante eran llamados "guerreros jaguar" y se vestían con las pieles del felino, y se dice que imitaban sus rugidos en la batalla para impresionar a sus enemigos. Aunque no fue solo la imagen de ferocidad y fuerza lo único que transcendió del felino para los antiguos mesoamericanos, su imagen de animal sigiloso y nocturno también caló hondo en su subconsciente místico y fue trasladado a sus leyendas y divinidades.
Tezcatlipoca era una divinidad azteca cuya imagen en ocasiones estaba representada por la del jaguar. Su nombre significa "espejo que humea" y su explicación reside en que este dios portaba un espejo en el cual podía ver el interior de los seres humanos y su naturaleza benigna o maligna. Tezcatlipoca era el reverso oscuro de Quetzalcóatl, su dualidad y su más temible adversario. Era el señor de la oscuridad, el conocedor de los secretos de la tierra y al que había que ofrendar sacrificios humanos para que su ira no anegara la tierra en sangre y destrucción (en su forma de Tezcatlipoca azul, más conocido como Huitzilipochtli). Por lo tanto el jaguar también encarnaba un sentido de oscuridad, de conocimiento secreto, de esoterismo, que otros pueblos como los olmecas interpretaban de un modo menos negativo que los aztecas. En conclusión todos estos pueblos sabían que debían honrar al jaguar, no solo por la posibilidad de adquirir su potencia o su fuerza, sino por el afán de control de las fuerzas secretas de la naturaleza y por la fúnebre comprensión de que la muerte, o la posibilidad de la muerte, solo es entrar en otro universo que los aztecas llamaban Mictlán donde el bien y el mal son parte de un todo indivisible y dual, como Tezcatlipoca y Quetzalcoátl.

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